Llegue una tarde a su casa, su mirada lo decía todo. Dejé el bolso en el sillón junto a él y sin mirarlo le dije: - ¿quién es ella?- su mirada cambió, la sorpresa invadió sus pupilas.
Me senté a su lado y me hice la comprensiva, respire hondo y pregunte - ¿eres feliz?- , el sonrió y me respondió con la voz quebrada y los ojos llorosos de manera afirmativa. Mis manos empuñadas soportaban todo lo que él decía, esa era mi reacción ante las palabras románticas que salían de su boca, soporté por ejemplo que me dijera que lo nuestro se acababa, que esta nueva persona era la perfección absoluta para él, finalmente que estaba enamorado. Sentía como mil agujas sacaban mi corazón y le quitaban el poder de percibir los sentimientos. Se me revolvió el estomago, las lagrimas comenzaron a salir y formar surcos en mis mejillas.
No escuche ninguna disculpa a pesar de que su labios se derretían diciéndomelas, pero dentro de un inmenso agujero negro sucumbió mi corazón y de la nada recurrí a la bruta dignidad. Así tome mi bolso y lo mire por ultima vez, le di un beso en la mejilla y salí de la habitación.
Mientras caminaba por la vereda, el sol mutante quemaba mi piel, pero no lo sentía, de hecho me molestaba saber que el día era hermoso y que yo no lo disfrutaba.
No quise pensar en lo vivido con el, porque todo eso ya no poseía valor alguno, así al girar por el camino me entregue al olvido, sin pensar en el porvenir.